Todos hemos pensado alguna vez en la posibilidad de perdernos una temporada en un pueblo abandonado; fuera de rutas y cerca de un río siempre vivo, de abundante vegetación y con la proximidad de los animales salvajes bordeando las casas.
Esa aldea existe, se llama La Avellaneda y la encontramos en el valle medio del río Ibor. Se asienta sobre un cerro que cae en el río, a modo de los castros antiguos, aprovechando la corriente limpia del Arroyo del Horcajo que continúa el foso por el flanco sur.